Cuando el diseñador de automóviles y periodista japonés Hideyuki Miyakawa (“Hide”) conoció a la traductora Maria Luisa Bassano (“Marisa”) en el Salón del automóvil de Turín en 1960, surgió mucho más que la chispa de una historia de amor que prosigue hasta el día de hoy. También se creó una conexión entre el amor por la belleza de los italianos y la pasión de los japoneses por la tecnología; un momento histórico que dejaría su impronta en muchos modelos de Mazda a lo largo de las siguientes décadas.
Madrid, 25 de agosto de 2021. ¿Qué puede ser más opuesto —a primera vista al menos— que el diseño japonés y el italiano? Las diferencias entre ambos van mucho más allá de la apariencia física de los objetos; son intrínsecas al bagaje de una y otra cultura. La historia de las sociedades occidentales discurre entre formas claramente geométricas e inmutables, como el Coliseo de Roma, las columnas griegas o las catedrales góticas. A la filosofía zen japonesa, en cambio, le gusta el movimiento constante, la adaptación y la renovación, ya que aprecia por encima de todas las cosas la fuerza de aquello que no posee forma propia, como el viento o el agua. Estas concepciones han empapado la cultura de ambos países y se refleja incluso en las metodologías de diseño de productos contemporáneos… como los automóviles. Los coches de diseño italiano están impresos en la memoria colectiva automovilística con sus formas fascinantes y voluptuosas, mientras que el diseño japonés suele concretarse en modelos que inspiran serenidad, fluidez y armonía. Pero, como se suele decir, los polos opuestos se atraen.
La última demostración de ello es el diseño “Kodo – Alma del movimiento” de Ikuo Maeda, que ha dado forma a los modelos de Mazda desde que viera la luz en 2010 y que ha cosechado innumerables premios. Este concepto de diseño crea un hilo conductor y expresa belleza y emoción, inspirándose en pasadas colaboraciones de Mazda con estudios de diseño italianos, pero sin perder un ápice de la profunda conexión con las tradiciones y la identidad cultural de Japón. Estos estilos aparentemente opuestos cruzaron sus caminos cuando, en los años sesenta del siglo pasado, un diseñador de automóviles y periodista japonés se enamoró de una mujer italiana a la que le apasionaban los coches y le fascinaba todo lo japonés. Se tendió entonces un duradero puente entre Oriente y Occidente y, a
través de los contactos entre Mazda y estudios italianos tan legendarios como el de Bertone, la pareja sentó las bases de lo que muchos amantes del motor considerarían la unión perfecta: ingeniería japonesa y diseño italiano.
Amor a primera vista
Todo comenzó en 1960. El joven de 22 años Hideyuki Miyakawa, más conocido como “Hide”, y un amigo suyo hicieron un receso en sus carreras profesionales como diseñadores de automóviles para dar la vuelta al mundo en motocicleta. Con el Sudeste asiático como punto de partida, atravesaron la India, Pakistán, Oriente Medio y, por último, Europa, escribiendo artículos sobre sus experiencias para una publicación japonesa. Cuando recalaron en Italia, como no podía ser de otro modo tratándose de dos diseñadores de coches, el Salón del automóvil de Turín era una cita ineludible. Entonces fue cuando Hide conoció a Marisa, una de los muchos traductores que habían contratado los organizadores del evento para atender a los asistentes extranjeros. La joven turinesa estaba estudiando japonés, y también le interesaban los coches. Hide, por su parte, era un apasionado de Italia y un fanático de los coches. Fue amor a primera vista.
Marisa no se conformó con mostrar a Hide y a su amigo el salón automovilístico, sino que les invitó a comer en la casa familiar al día siguiente. Entre Hide y Marisa surgió la chispa desde el primer instante, pero aquel joven japonés también cautivó a su familia. Le acogieron bajo su techo, incluso cuando Marisa se fue un año a Hiroshima a estudiar. En 1961, Hide fue a ver a Marisa a su tierra natal y, gracias a un contacto personal de la familia con la que se alojaba Marisa, tuvo ocasión de conocer a Tsuneji Matsuda, a la sazón presidente de Mazda Motor Corporation. Hablaron sobre la importancia del diseño para la industria japonesa del automóvil y, de alguna manera, comenzó a fraguarse la influencia que tendría Hide en la empresa. Marisa y Hide se prometieron y, un año después, se casaron. Sin embargo, no tardaron mucho en regresar a Turín. Quizás porque allí estaban las raíces de Marisa pero, sin duda, también porque era el lugar perfecto para cultivar su pasión compartida por los coches bonitos, ya que en Turín se encontraban las tres principales carrozzerias de Italia: los míticos estudios italianos de diseño de carrocerías de Bertone, Ghia y Pininfarina. Juntos, actuaron como intermediarios entre estos estudios de diseño y los fabricantes de vehículos japoneses. A Mazda, que buscaba un elemento diferenciador para sus nuevos coches, le encantó la idea.
Principios familiares
En 1963, la primera colaboración entre Mazda y Bertone recibió el apropiado nombre de Mazda Familia. Se trataba de un coche familiar de tamaño mediano que abrió las puertas del éxito de la marca en el segmento de los compactos, con modelos como el Mazda Familia 1000, el Mazda 323 o el actual Mazda3. La primera carrocería llegó en formato wagon de dos puertas, al que siguió una versión sedán un año más tarde. En 1965, la gama Familia se completó con un cupé. Aunque no era ni de lejos un deportivo exótico, su diseño destilaba estilo Bertone; no en vano su creador había sido un joven Giorgetto Giugiario, a punto de convertirse en todo un referente dentro del mundo del diseño de automóviles y una pieza clave del binomio Japón-Italia durante las siguientes décadas. La alianza entre tecnología japonesa y estética italiana resultó ser un éxito rotundo. Entre 1963 y 1968 se fabricaron 400.000 unidades del Mazda Familia de primera generación, una serie que acaparó el 44% de la cuota de mercado en su segmento. Y esto fue solo el principio la colaboración.
Una luz brillante
Giorgetto Giugiaro procedía de una familia de artistas y desde una temprana edad aspiraba a seguir sus pasos. Cuando estudiaba arte en Turín descubrió su pasión por el estilismo de los vehículos y comenzó a asistir a clases nocturnas de diseño técnico. Su excepcional talento no pasó desapercibido, y en 1959, con tan solo veintiún años, se convirtió en director del Centro de estilismo de Bertone en Turín. Este joven diseñador también impresionó a Hide, quien convenció a los directivos de Mazda para que le encomendasen el diseño de más modelos. Por aquel entonces, Giorgetto tenía justo lo que necesitaban: cuando estaba trabajando en el diseño —relativamente anodino— del Mazda Familia, también hizo bocetos de un fascinante sedán de cuatro puertas con prestaciones tan avanzadas como la tracción delantera y un motor rotativo de Mazda. El concepto, bautizado como “Codename SP8”, tenía la elegancia estética que buscaba Mazda para un sedán de mayores dimensiones que tenía en mente como sucesor del Mazda Familia. En esos planes, sin embargo, figuraban un motor de combustión interna convencional y tracción trasera. Pero, con unos pequeños ajustes para incorporar estas diferencias tecnológicas, como rebajar ligeramente el diseño en cuña, el SP8 se convirtió en el modelo “Luce”, que, como ya indica su nombre en italiano, brilló con luz propia. En un anuncio del Mazda Luce se describía su diseño como “estilizado, elegante y con mucho estilo; esculpido en formas suaves y de perfil clásico”. No era ninguna exageración. La carrocería delicada y sofisticada, con una sección delantera alargada, un pilar de diseño característico y faros dobles, entusiasmó al mundo del motor cuando se presentó en sociedad en 1965. Maeda, el director de diseño global, solo tiene palabras de elogio para la creación de Giugiaro: “El Luce Coupé fue para Mazda todo un símbolo de
elegancia”. Comenzó a fabricarse en 1966 y fue el primer turismo de Mazda que se exportó a Europa, contribuyendo a su imagen de marca orientada al diseño ya desde su primera incursión en este mercado. En 1969, Mazda brilló aún más intensamente con su Luce R130 Rotary Coupé. Este lujoso cupé de techo rígido, presentado en el Salón del Automóvil de Tokio de 1967 bajo el nombre de Mazda RX 87 Touring Coupé, montaba un motor rotativo y tenía tracción delantera, así como ventanillas sin marco y un aristocrático techo de vinilo. Era un ejemplo rotundo de la clara ambición de Mazda de incorporarse al segmento de los coches de lujo, intención esta que también se hizo evidente en su eslogan publicitario “Lord of the Road”. Se fabricaron menos de un millar de unidades del Mazda Luce R130 y hoy en día es una codiciada pieza de coleccionista. Y, lo que es más importante, la serie Luce en su conjunto quedará probablemente en el recuerdo como el primer icono de diseño de un fabricante de automóviles japonés.
El pasado mira al futuro
En los siguientes años, el diseño italiano influiría en otros modelos de Mazda, como el Mazda R100: el primer embajador del motor rotativo de alcance mundial. Se fabricó entre 1968 y 1973, y popularizó este concepto de motor, especialmente en Estados Unidos, donde se vendieron 100.000 unidades entre versiones cupé y sedan. Otro ejemplo fue el Mazda 616; un modelo mediano que se comercializó entre 1970 y 1979 y que, además de ser el predecesor del Mazda 626, sirvió de inspiración para el Mazda RX-2, el cual a su vez acrecentó el entusiasmo entre los conductores americanos por los motores rotativos y ganó en 1972 el premio “Coche importado del año” otorgado por los medios de Estados Unidos. Como no podía ser de otro modo, los modelos más exóticos de Mazda estaban profundamente imbuidos de ese vínculo con Bertone —y, más en particular, con Giorgetto Giugiaro—, que Hide había ayudado a crear.
Tras seis años al frente del estudio de diseño de Bertone, Giorgetto Giugiaro comenzó a trabajar en Carrozzeria Ghia, donde firmó los diseños de varios supercars míticos. Uno de sus diseños más destacados fue el del modelo De Tomaso Mangusta, de 1967, con un característico capó dividido longitudinalmente en dos que se cerraba sobre su motor en posición media. El capó se abría de forma similar a unas puertas de ala de gaviota, un elemento de diseño que también incorporaba el Mazda RX-500 de 1970. Este espectacular concept car tenía un motor rotativo en posición media que supuso toda una proeza tecnológica. En 1981 Bertone y Mazda volvieron a trabajar juntos en el Mazda MX-81 Aria, un concept car absolutamente despampanante. En los salones del automóvil en los que se
presentó causó sensación por su diseño futurista y sus luces traseras integradas en el pilar C, algo que mucho más adelante se puso de moda entre otros fabricantes. Su coeficiente aerodinámico (Cd) de 0,29 también se adelantó ampliamente a su tiempo. Pero, probablemente, lo más asombroso del Mazda MX-81 se encontraba en su interior: el puesto de conducción virtual constaba de una pantalla en lugar de diales. Pura ciencia ficción en aquellos días.
Felices para siempre
Ikuo Maeda sigue teniendo palabras de elogio para aquellos diseñadores italianos: “Italia es un país con arraigadas tradiciones y me llena de admiración y sorpresa su capacidad para innovar y, por ende, añadir elementos novedosos, al tiempo que cuidan su tradición”. Aún conserva un abrecartas obra del diseñador y artista Enzo Mari. Lo heredó de su padre y resultó vital para despertar su interés por el diseño: “El encuentro con aquel objeto representa un momento muy importante en mi vida”, asegura. “Es práctico, fácil de sujetar y funcional; todos ellos atributos típicos del diseño italiano”. Ikuo también recuerda con cariño su primer encuentro con Giugiaro y Giovanni Bertone, cuando aún estudiaba secundaria: “Me parecieron fascinantes. Por supuesto, no entendía nada de lo que decían; ni siquiera recuerdo si hablaban en italiano o en inglés. Pero lo que me impresionó fue la pasión que irradiaban y cómo se la transmitían a los demás; ese entusiasmo tan italiano”. Cuando Ikuo Maeda se propuso unificar el diseño de Mazda en 2010, tuvo muy presente aquella colaboración entre Mazda y Bertone y Giugiaro. El concepto de Jinba Ittai —la “fusión entre el jinete y su caballo”— consiste en conceder la misma importancia al diseño que a la tecnología.
Cuando Maeda diseñó el Mazda Vision Coupe en 2017 como una ventana hacia el futuro diseño de Mazda, resurgió una vez más esa comunión entre las virtudes italianas y japonesas: “He tenido varios coches italianos. Los construyen personas que conocen la esencia de un coche. Los coches italianos transmiten una atención exquisita a los acabados, unida a la excelencia en el diseño. Es una influencia que sigue siendo muy palpable hoy en día. El concept Vision Coupe es la reinterpretación de esa elegancia adaptada a los nuevos tiempos. Es un coche con una sensibilidad italiana que ha pasado por el tamiz de los cánones japoneses”. De aquellos magníficos diseños italianos de los sesenta en adelante, Maeda heredó la idea de que la carrocería debe ofrecer una envolvente sólida, creada pensando en la tecnología que encierra, no simplemente para cubrirla como si se tratase de “ropajes”. La combinación de esta doctrina con la sutileza de la artesanía tradicional japonesa, de líneas
armoniosas y formas inspiradas en la naturaleza, cristalizó en una síntesis perfecta entre lo aprendido del pasado y la visión de Mazda sobre su propio futuro.
Hide siguió trabajando con Giugiaro hasta 1992, cuando decidió dejar el diseño de automóviles. Se compró con Marisa una finca dedicada al cultivo ecológico y una bodega en la Toscana, donde la pareja disfruta actualmente de una bien merecida dolce vita. Su aportación esencial como una de las personas que más ha influido en el diseño de vehículos japonés nunca caerá en el olvido: en 2017 su nombre entró a formar parte del Japan Automotive Hall of Fame, lo que supone la culminación de una historia que comenzó cuando un joven recorría el mundo en moto y encontró al amor de su vida.